Por: Alejandra Piña |@aletspi
Al mismo tiempo, nacía una vanguardia en la música, se alejaba de las raíces del rock y cerraba el ciclo inconcluso del punk. De ahí la fusión del noise, jazz, toques de electrónica, psicodelia, big ban y otros géneros para dar origen a uno nuevo, siempre apropiándose del arte para nutrir su estética.
Venía, entonces, la clandestinidad para la creación y la regeneración de lo impuesto socialmente, lo que alimentó el alma de la juventud y prestó identidad a quienes iniciaban los 80s. Y, por supuesto, en México no se hizo esperar tal abundancia.
El cineasta Hari Sama expone cada paisaje de la época en Esto no es Berlín, cinta que plantea ser un retrato y autoretrato de aquel ciclo, cuando la libertad sexual y de expresión, el consumo de drogas y la búsqueda de la afinidad estaban en boga.
Sama recurre a un tema del que pocos o nadie ha hablado y que tuvo relevancia, ya que fungió como un espacio de plenitud para la exploración de diversas corrientes artísticas y en la que, además, llegaron hechos trascendentales que han dejado marca a lo largo del tiempo, como la apertura para la comunidad LGBT, el sida, la llegada de la cocaína y la heroína, y el feminismo; cada uno con su lucha y con su aceptación.
El desarrollo tiene como escenarios principales los bares subterráneos, la amistad, la enemistad y el peligro. Pero también arraiga un simbolismo que rememora a lugares entrañables como El Nueve o El Tutti Frutti, dos emblemas de la época donde la musicalidad mexicana, que replicaba a la de los ingleses, se hacía presente, al igual que figuras como Lubezki, Silvia Pinal o Cuarón, y de repente aparecía un Pedro Meyer documentando todo con su cámara fotográfica.
Eran tiempos en los que el Mundial del 86 hacía un ruido interminable, en un contexto sociopolítico del país que no daba para mucho. Los jóvenes recurrían a refugiarse en la cultura, se adentraban en la experimentación de los mismos para romper con los estándares establecidos, incluso en los propios, pese a que terminaban por la misma línea de la pretensión y resignación.
Aquello es lo que da renombre a Esto no es Berlín: el hambre del cambio desde las bases culturales, es el sueño frustrado y no; es el recordatorio de que a veces, un país como México, se encuentra lejos de ser como naciones que se encuentran del otro lado del globo, pero también es una remembranza de quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Pese a que existen algunos vacíos en la narrativa, Hari Sama logra vislumbrar la protesta y la autoconciencia de sus tiempos, cumple al incomodar con escenas transparentes, pero nos debe más exposición, postura y sinergia.
Él mismo ha señalado que es una carta de amor a quienes le acompañaron por tal travesía, mientras que para el espectador puede convertirse en una evocación de que el momento en el que se encuentra hoy, es justo el que determinará su pertenencia.
Finalmente, Hari opta por un cast arriesgado, en el que figuran Xabiani Ponce, José Antonio Toledano, Americo Hollander, Juan Carlos Remolina, y destaca la actuación de Marina de Tavira, Ximena Romo, Lumi Cavazos y Sara Manni, así como el mismo Carlos Sama, quien pareciera ser la voz de conciencia que, una vez cumplida su misión, desaparece.
Y, por supuesto, el soundtrack es preciso al hacer sonar a reconocibles exponentes, pero nos deja con ganas de más impertinencia, de la misma que se imponía y exhortaba a la impertinencia en el post-punk.