Por: Amira Ortiz Azuara | @unazuara
Anotaciones sobre las películas vistas en la 39 Edición del Festival Internacional de Cine en Guadalajara.
Segundo acto

Día 3. Y el sentido de la repetición.
Conjugando coyunturas festivaleras (su paso por la Quincena de Realizadores en Cannes y la celebración de la comunidad madrileña en esta edición del FICG), Volveréis (2024) se vislumbraba como uno de esos títulos indispensables en la programación del festival. El más reciente largometraje del español Jonás Trueba, reconocido con el Premio Label Europa Cinemas en la Croisette, navega una premisa sencilla: el rompimiento de una pareja. La directora Alejandra (Itsaso Arana) y el actor Alex (Vito Sanz) han decidido despedir su relación de 14 años con una fiesta, rodeados de sus seres queridos. Una especie de boda a la inversa, una idea -dicha y dicha por los involucrados- del padre de la novia.
La juguetona misión pone a Trueba, que en conjunto con sus actores protagónicos escribe el guión, más en los entendidos amorosos de Woody Allen que en las contemplaciones existencialistas de Éric Rohmer. Está además ese tono en la dirección de actores, que descarta el naturalismo y se regodea en su textura sintética. Volveréis entrega una romcom a la hechura de un Hong Sang-soo, inscrita también en ese interés por el cine y sus involucrados como escenarios y personajes de la ficción. Dentro de la película hay un sentido metaficticio, parecido al del cineasta coreano, que opera en dos capas.

La primera ilustra los multiniveles de la ficción misma. En pantalla está Alejandra junto al editor de su película trabajando en la sala de montaje, discutiendo ritmo y cortes. En el monitor hay una escena corriendo, que el espectador recién vió, es Alex caminando por la calle. ¿Entonces lo visto anteriormente no era verdad?, ¿era más bien parte de una historia que ya se filmó? A Trueba y compañía no le importan las respuestas absolutas, sino disfrutarse en el proceso, en el momento. Es el ahora, los preparativos que Ale y Alex navegan, más que la fiesta misma.
La segunda capa se refiere a la relación del propio Jonás para con su película. ¿Qué tanto hay de él en la ficticia Alejandra? Discutir el porqué elige una directora y no un director para esta representación ya nos habla de cierta postura ante los cambios generacionales de la industria (que podría ser materia para otro texto). Trueba y Ale no solo comparten profesión, sino también a la figura paterna pues a cuadro aparece el reconocido director Fernando Trueba, el padre del realizador, interpretando al papá de la cineasta.
Ese padre responsable de la idea de la fiesta, el que aconseja con la filosofía de Kierkegaard: «El amor a la repetición es en verdad el único feliz.» ¿Quién sabe más de la posibilidad de la repetición que un cineasta? Aquel que para llegar a un montaje final revisitará una y otra vez las mismas tomas, lugares, los mismos rostros. Aquel que dota a las imágenes de sentido, de dirección. “¡Corte!”, grita don Trueba desde la silla del director hacia el final de la cinta, para un momento en el que ya se entiende que el amor aquí no es solo entre dos. Esta es una comedia donde el tercero, el cine mismo, no representa discordia sino apertura al más.
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En el largometraje chileno Penal Cordillera (2023), debut cinematográfico del también dramaturgo Felipe Carmona Urrutia, hay un sentir fatídico. Un pequeño coche a control remoto se mueve por personajes y espacios anunciando una presencia. ¿Un fantasma, un espía, una fuerza más grande que el hombre? No se le pone nombre, pero en este thriller su recorrido parece sentenciar que el mundo está destinado a repetir sus barbaridades.
El punto de estudio es una correccional en la habitan algunos de los más cercanos militares y generales al servicio de Augusto Pinochet, que cumplen infinitas condenas por crímenes de lesa humanidad. El Penitenciario Cordillera existió y en la ficción el realizador examina a sus monstruos en un entramado que recuerda a El Club (2015), del también chileno Pablo Larraín.
La dictadura y sus variables, la violencia estructural, la corrupción de las instituciones y las desigualdades socioeconómicas son materia abundante de la región y su cine. Carmona, como Larraín en aquel retrato de podredumbre iglesia y pederastia, pone el foco en los verdugos, en el estudio de los villanos en una cárcel/estancia apartada del hombre y sus leyes. Cuando el penal ve amenazado su privilegio, tras la cínica declaración de uno de los reclusos/residentes en una entrevista para la televisión, el orden violento que rige el lugar toma otra escala, mucho más bruta y directa. El receptor y heredero de esa historia es Navarrete (Andrew Bargsted), el joven vigilante de la milicia chilena encargado de vigilar/servir a los señores. El personaje queer racializado, apenas un trazo de otra generación, mantiene la tradición condenatoria de la masculinidad.
Al largometraje no le ocupa la enunciación de la denuncia. Carmona se sumerge en los responsables de los crímenes, en cómo opera su psique y sus voluntades, en la estructura que los protege y los replica en esa inmersión terrorífica de su diseño sonoro, en la voluntad mórbida de su tono (con esos detalles de comedia) y en sus destellos formales para potencializar al monstruo grotesco (como ese fragmento que guiña al cine silente y el banquete que recuerda a un Buñuel burgués exterminador).
Penal Cordillera, parte de la competencia a Mejor Largometraje Iberoamericano, sirve de diagnóstico para cierta discusión estética si hablamos de las representaciones de la violencia latinoamericana en pantalla. Una se refiere a la acción violenta en sí, a exponer el acto en detalle o a la resignificación de este al poner una distancia, aquí mucho dice (no lo veo en absolutos) la distancia o cercanía del realizador a la situación que expone. Otra se refiere a la posibilidad que la narrativa tiene para imaginar y plantear otros escenarios, encontrar en la ficción, otros finales, para pensarnos más allá de nuestras propias cárceles.
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Amira Ortiz Azuara
Veracruz, 1995. Escribe sobre cine y las personas que lo hacen posible. Egresada de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García y ganadora de la tercera edición del Concurso de Crítica del Festival Internacional de Cine de Los Cabos. Recientemente fue seleccionada en el programa Talents Guadalajara, en la sección de prensa, organizado por el FICG.









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