Por: Paola González X: @paoradigma
Empezaba a ver que los que buscan a una persona tienen algo, una marca cerca de los ojos, de la boca, la mezcla de dolor, de bronca, de fuerza, de espera, hecha cuerpo. Algo roto, en donde vive el que no vuelve.
Dolores Reyes
La desaparición forzada es uno de los dolores más profundamente arraigados no sólo en la historia nacional de los países latinoamericanos, sino en la de miles de familias que han sacrificado su propias vidas tratando de encontrar a sus seres queridos. De esta herida abierta surgió Cometierra, la adaptación audiovisual de la novela homónima escrita por la argentina Dolores Reyes, que llega a la pantalla como una extensión narrativa que vence la censura y solidifica el poder de la ficción como instrumento de denuncia social.

Con la dirección de Cris Gris, Daniel Burman y Martin Hodara, la serie producida por Amazon MGM Studios traslada el relato original del conurbano bonaerense a las afueras de la Ciudad de México. Ahí viven Aylín (Lilith Curiel) y su hermano Walter (Roberto Aguilar), dos jóvenes de clase baja que aprendieron a valerse por sí mismos desde que su madre Lourdes (Mabel Cadena) falleció y su padre Raúl (Gerardo Taracena) fue encarcelado cuando ellos aún eran niños. Así, los chicos crecieron fuera del modelo tradicional de familia que escapa de las formas adultas, por lo que el vínculo que desarrollaron para cuidarse es uno donde la confianza es vital y la complicidad un resultado natural de la fraternidad devenida en amistad.

En este contexto, Aylín es una adolescente como cualquiera en un entorno donde las oportunidades de desarrollo son mínimas y la violencia un peligro latente detrás de todas las esquinas, incluidas las de la escuela. Es precisamente ahí donde, tras un episodio de bullying en el que una compañera la obliga a comer tierra, desarrolla la capacidad de tener visiones en las cuales puede ver lo que sucedió con la persona desaparecida que estuvo sobre el suelo que ingiere. De esta manera, Aylín se convierte en Cometierra, una suerte de médium a la que le solicitan ayuda tanto los familiares que buscan a sus desaparecidos, como Ezequiel, un policía que busca cerrar casos sin resolver.

Con diligencia y buena voluntad, la protagonista acepta poner su don al servicio de quien se acerque a pedirlo, haciendo a un lado las necesidades y deseos propios de su edad y tomando una responsabilidad que no debería recaer en nadie más que en el Estado. Sin embargo, Aylín no está sola: en sus búsquedas la acompañan sus amigos Vero (Max Peña), Hernán (Juan Daniel García Treviño), Calaca (Iván Martz), Miseria (Lizeth Selene) y su propio hermano, quienes son su soporte emocional y físico cuando la pena y los riesgos amenazan su integridad.

En cuanto al género y los elementos estilísticos de esta adaptación, hay algunas diferencias notables que no se contraponen sino que se complementan. Si bien la novela se inserta en la tradición del realismo mágico, la serie da un salto directo al terreno de la fantasía, pues además de que el don de Aylín se explica como una habilidad sobrenatural, también hay chamanas y nahuales extraídos del folklore mexicano. De igual forma, la presencia de Ezequiel conlleva un traslado de la novela policial al thriller, ya que a pesar de la ayuda de Cometierra no deja de valerse de herramientas policiales para resolver los casos.

Con un guión a cargo de Mónica Herrera, Brenda Navarro, Gabriela Guraieb, Camila Brugés, Gabriela Guraieb, Clara Roquet, Juan Matias Carballo y Daniel Burman, Cometierra se centra en el duelo interminable de quienes buscan el mínimo rastro de sus seres queridos para poder despedirlos tras su muerte, una necesidad presente en numerosos grupos sociales de personas humanas y no humanas. Al mismo tiempo, la serie hace un homenaje al reconocer las aportaciones de las madres buscadoras y otras brigadas de búsqueda, grupos de civiles que se capacitan por cuenta propia para aprender a escuchar lo que la tierra tiene para decir.









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