Por: Natalia Albin | @_nataliaalbin
En una de las películas más esperadas del año, Guillermo del Toro toma las riendas de una nueva adaptación de Frankenstein de Mary Shelley. Existen más de 400 versiones cinematográficas de la novela, así que presentar algo con una mirada fresca era imperativo. Y en eso, del Toro cumple: tal vez es la adaptación que más cariño le tiene a los temas que Shelley propuso desde el inicio: la búsqueda del amor paternal, el egoísmo inherente en toda creación (sea o no “monstruosa”) y el terror humano frente a la otredad.

Nuestras creaciones como nuestra peor pesadilla, así comienza la película. El Capitán Anderson (Lars Mikkelsen) en una expedición antártica, su barco atrapado en el hielo, cuando una explosión rompe los gritos de los marineros por querer regresar a casa. Los hombres de Anderson rescatan al herido Victor Frankenstein (Oscar Isaac), y poco después aparece su creación, rugiendo y exigiendo: “Entréguenme a Victor”. Se establece así el horror del monstruo: inmortal, imparable, hambriento de muerte. Obligado brevemente de alejarse del barco, el capitán no puede contener la curiosidad de escuchar la historia de Victor.

Desde las primeras escenas, el toque de del Toro está presente. En colaboración con Dan Lausten en fotografía (La forma del agua), Tamara Deverell en producción (El gabinete de curiosidades) y Kate Hawley en vestuario (Pacific Rim), el director construye un gótico saturado y contrastado. Frente a otras propuestas de goticismo reciente, como Nosferatu de Robert Eggers, más cercano a las sombras y al blanco y negro, del Toro rescata una estética más colorida (con sus indicios quizá en El Conde Drácula de Jesús Franco). Que es, además, una de las firmas más reconocibles de del Toro.

Cuando entramos a la historia de Victor, empezamos también con un padre y un hijo – principalmente el abuso del primero hacia el segundo. Para Victor (Christian Convery de niño), su madre (Mia Goth) era la única versión de amor y cariño que tenía, cuando muere y se queda en el cuidado único de su padre (Charles Dance, regresando a darnos otra versión de un padre cruel), su vida se convierte en violencia. Al ver que su padre es mucho más suave y cariñoso con su hermano William (interpretado como adulto por Felix Kammerer), la única manera que encuentra de responder a la violencia de su padre hacia él es con más violencia – con búsqueda de control. Si su padre lo puede controlar a él, se va a asegurar de poder controlar el resto del mundo. Entonces comienza su obsesión por vencer a la muerte, por crear vida, por ser, literalmente, un Dios.

De adulto, rechazado por la comunidad científica, solo un benefactor le abre la puerta: Heinrich Harlander (Christoph Waltz), por motivos propios que se revelarán a lo largo de la trama. Victor se muda a una torre abandonada, un laboratorio sacado directamente del mito gótico: ampolletas con líquidos verdes, metales gigantescos, paredes abiertas a tormentas, y una imponente Medusa de piedra observando todo. La metáfora de Medusa los sigue a través de la trama, con encuadres tanto de Victor como de su monstruo, una mujer convertida en “monstruo” y castigada por su libertad (si algo no sabe hacer del Toro es ser sutil en sus mensajes).

Pronto entra en su vida la sobrina de Harlander, y prometida de su hermano William, Elizabeth. Interpretada por Mia Goth, que también interpreta a la madre de Frankenstein (otra vez, las sutilezas de del Toro). Una mariposa atrapada en un mundo de hombres. Goth es impecable: suave y fuerte, cálida y cerebral. Funciona como un espejo para la criatura de Jacob Elordi, recordando que existe belleza en un mundo que lo rechaza.
Cuando Victor finalmente crea vida, ama a su criatura. Trata al monstruo con ternura, hasta que el monstruo comete un error: no es exactamente lo que Victor quería. Si el mundo lo lastimó con violencia, él solo sabe reproducirla. El monstruo aprende rápido.

Aquí podemos parar la narración, porque es la mitad que se enfoca en el monstruo lo que hace de Frankenstein una historia que vale la pena, y sería un crimen intentar resumirla. Basta con decir que Jacob Elordi se prueba como actor en esta película, su fisicalidad como el monstruo es casi perfecta, su voz es tan impactante como tiene que serlo y sus sutilezas (que no vienen del guion) son admirables. Es un monstruo que a pesar de lo que aprendió en su creación, es melancólico e inocente.

En cuanto al guion, del Toro entiende profundamente Frankenstein y se nota el amor por el material. Sin embargo, algunos cambios de tono en los diálogos y cierta falta de contención emocional juegan en su contra. El director tiende al melodrama y, aunque en ocasiones funciona, Frankenstein no es un relato que lleve bien el exceso sentimental. La novela impacta justo porque observa, no es melodramática.

Habiendo dicho eso, dentro de todo y con todas sus partes hiladas y cosidas (aunque a veces se dejan ver las suturas), del Toro logra una adaptación que llega al corazón de la historia. La importancia de las paternidades, de la repetición de ciclos de abuso, de hombres monstruosos y su tendencia por enjaular al resto del mundo en sus ambiciones. Y quizá eso es lo más importante.
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Natalia Albin
Es una escritora y emprendedora mexicana viviendo en Londres. Sus escritos generalmente examinan las conexiones entre justicia social, inmigración y feminismos con cine, arte y cultura.









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