Por: Natalia Albin | @_nataliaalbin
Más allá de ser una historia sobre aceptación y los obstáculos sistémicos que enfrentan los grupos históricamente oprimidos, Love Letters es, ante todo, una carta de amor a la maternidad con todas sus complicaciones.
La nueva película de Alice Douard, que tuvo su premiere en la Semana de la Crítica en Cannes, sigue a Céline (Ella Rumpf) en los nueve meses previos a convertirse en madre – pero no es ella quien está embarazada. Es su esposa Nadia (Monia Chokri), quien dará a luz. La trama avanza al ritmo del proceso legal que Céline debe atravesar para adoptar a su hija, sabiendo que tanto su relación con Nadia como con su propia madre serán puestas a prueba bajo el escrutinio de lo que la ley considera “adecuado”.

La película abre con contexto político: París, 2013. La legalización del matrimonio gay acaba de ser aprobada. Es un recordatorio frío de que, sin importar cuánto avancemos, las parejas homosexuales aún no tienen el privilegio de vivir fuera de la política. En esta secuencia inicial, las tomas son abiertas, mostrando la ciudad completa, sin intimidad.
Pero cuando entramos al corazón de la historia – la relación entre Céline y Nadia – el lente se cierra. Las tomas se vuelven íntimas, suaves, casi tiernas. El director de fotografía Jacques Girault acerca su cámara lo más posible a las dos, y en especial a Céline, cuyo rostro permanece en cuadro durante gran parte de la película. Es un recurso efectivo para una narrativa que, por su falta deliberada de música extradiegética y su foco en un proceso legal, podría parecer casi documental. Durante la hora y media de película, Ella Rumpf sostiene esa intimidad con una interpretación hipnótica, es difícil apartar la mirada de su rostro.

El amor entre Céline y Nadia es cotidiano. No es una historia de amor extraordinaria ni frenética: es un amor sano, con momentos de ternura y de deseo, pero refrescantemente normal. Así, cuando Céline visita a su abogada para iniciar el proceso de adopción, y se le entrega una lista de documentos que incluye una cronología de la relación y cartas de sus seres queridos describiendolas, la pregunta surge casi por sí sola: ¿qué hace a alguien, ante los ojos de la ley, digna de ser madre? ¿Su capacidad de cuidar a un hijo? ¿La legitimidad de su amor en pareja? ¿O algo más? Y, sobre todo, ¿cómo se traduce ante la ley ese amor cotidiano que realmente construye una vida en pareja?
Desde esa primera cita legal, en la que se le aclara que necesita una carta de su madre validando tanto su relación con Nadia como su aptitud para cuidar de su hija, entendemos que Céline no tiene una relación cercana con ella. Su madre, Marguerite (Noémie Lvovsky), es una pianista de renombre, mientras avanza la historia y las vemos interactuar, entendemos por qué.
Marguerite es una madre con una carrera que la mantiene de gira, lejos de casa. Una figura que se asemeja más a la de un padre ausente. Pero, claro, con menos margen para ser perdonada. Hay momentos de reflejos entre Marguerite y Céline, quien también trabaja en la música como DJ e ingeniera de sonido, y también vemos su miedo a repetir ciertos patrones. Esa ansiedad que es tan común en las relaciones madre-hija,. El proceso legal obliga a Céline a reencontrarse con Marguerite y, al mismo tiempo, la obliga a repensar qué significa ser madre.
La maternidad adopta muchas formas, desde biológicas hasta afectivas y circunstanciales, y es imposible definir una única manera “correcta” de “ser madre”. En un mundo que cambia constantemente en lo social, político y económico, es injusto suponer que la ley entiende más sobre maternidad y vínculos que quienes viven esas relaciones. Love Letters toca una fibra profunda en la relación que cada quien tiene con su propia madre, y en lo que significa, para cada quién, cuidar de alguien.

Natalia Albin
Es una escritora y emprendedora mexicana viviendo en Londres. Sus escritos generalmente examinan las conexiones entre justicia social, inmigración y feminismos con cine, arte y cultura.









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