Por: Marinthia Gutiérrez | @marinthiagutierrez
Robert Eggers invoca una parábola fílmica para Nosferatu, una moraleja onírica sobre la energía oscura que yace en nosotros.

Wisborg, Alemania, 1838. La heroína de la historia, Ellen Hutter (Lily Rose Depp) invoca a Nosferatu en una crisis de soledad. Años después, se casa con Thomas (Nicolas Hoult), un agente de bienes raíces. El debe concretar una venta de una mansión para asegurar un nuevo sueldo, indispensable en sus ojos para poder iniciar este nuevo capítulo con su esposa. ¿La condición? Debe viajar a un pequeño país al este de Bohemia para atender al cliente…. el Conde Orlok. Y en su ausencia– la cual Ellen la mortifica, Ellen se reconecta con esa oscuridad, Nosferatu, y se contagia con el mundo exterior.

“Pronto no seré sombra tuya y seremos uno”.
Los peores miedos de Ellen se manifiestan como su sombra personificada por la transfiguración vampiresca de Orlok: Nosferatu (Bill Skarsgård). Nosferatu es un amante perdido, el miedo y una melancolía demandante. Lo que no vemos de Orlok lo sentimos en su voz: impotente y omnipresente. Un eco dentro de planos llenos de oscuridad que es difuminada a luz de vela, ofreciendo una atmósfera de tentación sombría en 35mm. El misticismo se invoca en la textura de la fotografía complementada con la edición, la cual deja espacios vacíos para los misterios de las posibilidades sobrenaturales, ilógicas para nuestros ojos: como Thomas llega al carruaje que lo transporta al castillo, como Ellen entra y sale une entrance con Nosferatu.

El subtexto de la película es feminista y espiritual. La posesión que Ellen siente de la entidad que la persigue es diagnosticada como histeria, nervios femeninos– bajo el cuidado de Friedrich (Aaron Taylor Johnson) y Anne Harding (Emma Corrin), amigos de Thomas que cuidan de Ellen mientras Thomas viaja a Rumania. Pero su intuición le dice lo contrario. Ella sabe que esto es más grande que su cuerpo, que la lógica del mundo moderno en cual vive. Ella resiste el maltrato. “No puede estar nublada” le dice Von Franz (Willem Dafoe) al doctor Sievers (Ralph Ineson) y a Friedrich, que la medican con éter y la restringen con corsets para que duerma con cierta postura cuando cae en episodios epilépticos. El personaje de Dafoe entiende al igual que Ellen, que no hay ciencia para esta entidad, que no se puede ignorar o confrontarse por otros ajenos a ella.

¿La maldad viene de nosotros, o desde el más allá? Le pregunta Ellen a Albin, quien concuerda que ella es “conducida a (atraer) fuerzas cósmicas”. La compara con Isis, una diosa elemental para la realización de rituales. Ella es la solución, pero también el problema. Al final, Ellen acepta a Nosferatu en matrimonio y los dos trascienden, arropados juntos como si el vampiro fuera la piel mudada de la doncella, sin temor, al fin enfrentando el más grande de todos los miedos: el gran final, la muerte.

A veces pedimos ángeles pero nos llega la oscuridad. La nueva interpretación de Nosferatu nos demuestra que el camino a la luz es a través del inframundo (o cortando con tu situationship).

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Marinthia Gutiérrez
Realizadora y amante del cine originaria de Tijuana, Baja California. Su cortometraje, “Ella se queda”, está siendo producido a través de la beca Standard Fantastic para cineastas transfronterizos.









Una respuesta a “Film Review: Nosferatu – Nuestra sombra, nuestro destino”
[…] Aquí la reseña completa de Marinthia Gutiérrez. […]
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