LFF2024: Maria – la última de las tres jaulas de oro de Pablo Larraín

Por: Natalia Albin | @_nataliaalbin

Maria Callas ha sido nombrada por muchos como la diva por excelencia. Una de las mejores y más famosas cantantes de ópera en la historia, Callas es la última figura central de la trilogía de Pablo Larraín sobre mujeres icónicas del último siglo. Siguiendo a “Jackie” (Jackie Kennedy) y “Spencer” (La princesa Diana). Larraín deja de lado la tradicional película biográfica y, a través de un momento clave en la vida de cada mujer, se enfoca más en entender su psyche que en darnos un documento verídico. En “Maria”, ese momento es la semana del espiral mental descendente que concluye con su muerte. 

De hecho, comenzamos con la muerte de Maria en su lujoso departamento de París.  La película nos remonta a “una semana antes” y la tensión narrativa está en que sabemos cómo termina: entre candelabros, un piano de cola y ostentosos muebles, una figura pequeña colapsada en su prisión dorada. La residencia como una especie de jaula no es única de Maria en Larraín, y en los tres casos el diseño de producción es admirable (en el caso de las dos últimas, gracias a Guy Hendrix Dyas) en su estética que es tanto lujosa como claustrofóbica. Para Jackie es la Casa Blanca y para Diana es Sandringham House. Pero con Maria algo es diferente – no tiene una obligación a estar ahí, esta jaula la creó ella. 

El regreso de Angelina Jolie a películas reservadas y con énfasis en el dolor del personaje principal es estelar. Siempre ha sido su vulnerabilidad lo que la ha hecho tan exitosa en películas de acción o thrillers que serían, sin ella, mucho menos profundas. Cuando la vemos en papeles que la dejan explotar esa vulnerabilidad: ahí es donde brilla, donde tiene el poder de dejarnos sin palabras. Sus compañeros de escena principales son su ama de casa, Bruna (Alba Rohrwacher) y su mayordomo, Ferruccio (Pierfrancesco Favino), quienes poco a poco observan el descenso mental de Maria, esperando a que se recupere al obligarla a tomar citas con el doctor – a pesar de sus protestas. “Bruna es mi madre, mi hermana, mi amiga y mi ama de casa. Ferruccio es mi padre, mi hermano, mi amigo y mi mayordomo. La casa está muy llena,” dice Maria en un punto. 

Y es claro que esas relaciones, si no le salvaron la vida, la mantuvieron lejos del precipicio por un rato. Es parte de lo que Larraín, junto con su guionista, ​​Steven Knight, han sabido explorar también. Algo que se mantiene a la periferia de las biografías normalmente: la relación familiar que tienen las mujeres en jaulas de oro con la gente a su servicio. Siempre habla aún más de la soledad de sus vidas – sus mejores amigos son personas pagadas por ellas mismas. Nadie más, por privacidad o abandono, se puede acercar. 

Favino en su interpretación de Ferruccio es particularmente conmovedor, balanceado en la línea entre preocupación y servicio, padre y mayordomo. Es él quien mantiene un récord de las pastillas que toma Maria al empezar su día, un cóctel que ella modifica según su conveniencia (y lo que quiere o no alucinar en esos días), es él quien habla con los doctores, quien la acompaña y protege. Su dolor, aún enmascarado, es palpable. 

A diferencia de “Spencer”, Larraín usa flashbacks para narrar partes clave en la historia de Maria – principalmente su amorío con el magnate – y eventualmente esposo de Jackie Kennedy – Aristotle Onassis (Haluk Bilginer). Aunque la manera en la que los introduce  es ingeniosa y digna del carácter de Maria (ella piensa que está escribiendo su propia biografía, o tal vez que alguien está haciendo una película sobre ella, y nos cuenta su vida en esas entrevistas con sus imaginarios – Kodi Smit-McPhee interpreta a Mandrax, el periodista irónicamente nombrado en honor una de las medicinas del cóctel),  no se dejan de sentir como un extra en la película donde Larraín quizá aceptó derrota ante la claustrofobia de contar sólo una semana en la vida de Maria. Es quizá esto lo que la hace menos efectiva que “Spencer”, más como una película biográfica tradicional (aún cuando no lo es).

Los momentos más interesantes no están en los flashbacks de su vida, están en la mente de Maria, cuando intenta recuperar su voz para cantar. El mito de su vida, el mito de La Callas, la persigue. Cuando pierde su voz, cuatro años antes de morir, empieza el espiral, ¿Quién es Maria si no la diva adorada de la ópera? ¿Cómo se expresa, cómo regresa a ser quien era antes de ser una leyenda? 

Maria vive para ser adulada en sus últimos días, “Encuéntrame un café donde los meseros sepan quién soy, estoy en humor de ser adorada” le dice a Ferruccio sin ningún tinte irónico. Maria fue alguien que vivió bajo el escrutinio de la prensa, adorada por fans, y sería mentira decir que no es refrescante ver a un personaje que no se esconde de ese amor – lo hace parte de sí.

Un final trágico hilado por la prisión mental creada desde el orgullo, por las expectativas que ella misma ha creado al tener su talento. Su muerte, que se siente inevitable dado que sabemos que va a suceder, en realidad es un respiro. Una liberación de las presiones internas y externas que lleva años viviendo. Aunque si algo sobresale de Maria, es el claro amor y respeto que le tiene Larraín. En ningún momento, aún bajo sus decisiones cuestionables, se siente juzgada. “Maria” le da espacio a su personaje para ser adorada otra vez por los espectadores, bajo la suave luz y estoica presencia de Jolie. 


Natalia Albin

Es una escritora y emprendedora mexicana viviendo en Londres. Sus escritos generalmente examinan las conexiones entre justicia social, inmigración y feminismos con cine, arte y cultura.


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