Por: Pamela Múñoz
Tacho (interpretado por Eustacio Ascacio) es un padre campesino en búsqueda de su hija muerta. Un buscador de cuerpo y muerte. Tacho sale de su pueblo natal para llegar a la devoradora ciudad y enfrentar la descabellada burocracia. No solo tiene que habitar su dolor, sino tiene que atravesarlo a creces con el “ahora no tengo sistema”.

A pesar de que el director de la película Carlos Eichelmann en un par de entrevistas asegura que su idea no era dar una intención política o un juicio de valor, fue muy conmovedor salir de la sala y sentir conmoción no solo por las 3,439 mujeres víctimas de homicidios (cifra oficial del 2023 por ONU MUJERES), sino también por los buscadores y las no-despedidas, por esos padres que se resignan en cierto sentido por su misma culpa, padres que cargan con la consciencia de no haber sido suficientes y vivir en un tiempo “que ya es tarde”.
La sentimentalidad de Tacho por un lado puede parecer seca y fría al representar toda esa abrumadora cultura patriarcal de ¨los hombres no lloran¨, pero, por otro lado, también es justificable; la vida ha hecho de Tacho un hombre con profundos dolores socavándolo. Las adversidades, así como lo han hecho sabio (lo vemos en la escena del bar cuando platica con Damiana) también lo han hecho indiferente, como una piedra. Hasta cierto punto pareciera que peca de un existencialismo rotundo, la forma en que busca a su hija pareciera ser igual de burocrática que el mismísimo banco.
Al observar los cadáveres cayendo de los camiones en las fosas comunes, donde estarán bajo tierra los cuerpos no reclamados, pareciera ser el epítome sentimental de la pelicula; Tacho y Damiana mirando detrás de las rejas parecen no conmoverse, pero es más bien la veracidad de la escena y las actuaciones lo que deja en visto toda emoción indescifrable de Tacho: un logro en casi toda la pelicula. Es imposible no conmoverse por la falta de sentimentalismo no expresada de Tacho, pero es más comprensible aún las causas de ello: un estado carente de respuestas ante las desapariciones y la impotencia de no poder salvar a una hija.

La idea de no generar una postura política me parece un poco póstuma, pero también se logra. Zapatos Rojos, opera prima de Eichelmann (ganadora de un Ariel por mejor banda sonora) goza de una gran cinematografía. La contraposición de locaciones entre la ciudad y el campo es distintiva, los ángulos enfocando a los personajes con sus respectivos gestos, los lugares íntimos que en el mismo plano pueden carecer de intimidad por el salvajismo de la ciudad y a la vez se salvan por la compasión de los desconocidos que te tienden la mano, y ni que decir de los neones que se profundizan por el misterio de la noche.

Ya que las tres principales influencias del director fueron: Paris-Texas (Wim Wenders), The Straight Story (David Lynch) y Pedro Páramo (Juan Rulfo), es difícil escaparse de una noción no-estética. Entre un buen reparto y el entendimiento de Tacho con Damiana (interpretada por Natalia Solían), cuya mancuerna aborda la fraternidad entre fronteras, esa familia elegida (no de sangre), y la historia que no busca ser política sino más poética, Zapatos Rojos es el resultado de mantener vivo cualquier sentimiento que implique solidaridad.
Fuentes: IMCINE. (2023). Zapatos Rojos. https://imcine.gob.mx/Pagina/Noticia?op=85247d4f-0895-418e-b6ee-49892d5b9035









Deja un comentario