Por: Georgina Mejía
Una de las cintas más esperadas en Cannes nos presenta la historia de una sociedad que ha sufrido un desastre. En medio de esta crisis, un arquitecto llamado César (interpretado por Adam Driver) se propone reconstruir una ciudad sostenible Nueva Roma, según su visión utópica. Sin embargo, deberá enfrentarse a diferentes adversidades entre ellas, el alcalde Cícero (Giancarlo Esposito), cuyos deseos chocan con los suyos.
Siempre se ha dicho que el fin justifica los medios, y esta premisa cobra aún más fuerza cuando se trata de los miembros de la élite dispuestos a sacrificar el presente en aras de un futuro más brillante.
En una versión modernizada de la antigua Roma, trasladada a la metrópolis de Nueva York, presenciamos el progreso de su decadencia: excesos, caos e intereses desbordados, mientras la gente es desplazada para que César pueda construir su preciada Megalópolis.
La narrativa adopta un lenguaje cinematográfico poco convencional, donde todo parece exagerado y grandilocuente, mientras la ciudad se come a los personajes. Es un espectáculo continuo, desde la elección de su vestimenta, los eventos que asisten, hasta el contenido noticiero que consumen.
El uso constante de efectos visuales cimientan esta visión futurista mientras que los diálogos, que podrían pertenecer a una época pasada, añaden un matiz teatral. Coppola construye una sociedad fundamentada en los intereses personales, para finalmente cuestionar la importancia de lo que depara el futuro.
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