Por: Pamela Muñoz | @pulgosaa
La primera impresión que me dejo La chimera, fue extrañeza. Salí de la sala de cine y recordé de inmediato Lázaro Feliz (2018), también pelicula de la directora Alice Rohrwacher. Hay algo en la imagen de la directora que es indescifrable. Realismo mágico más melancolía; la historia anacrónica de las provincias en Italia (probablemente desde la pos guerra y la caída del facismo hasta hoy en día): la migración de la comunidad rural a la urbe. Seguir con la tradición del neorrealismo italiano es lo mínimo que hace Rohrwacher: como no acordarse de Ladrón de bicicletas (Vittorio De Sica), La calle (Federico Fellini), o del cine de Pasolini y Bertolucci. La chimera viene a reivindicar todo eso y más con una semiótica y escatología propia de la imagen. El juego con la cámara, la narrativa del montaje y viceversa, más los intrigantes personajes con historias llenas de poder y vida, hacen del cine de Rohrwacher, no algo raro, sino algo pensante. Hay una reflexión profunda sobre la sociedad, la politica, la moral y la ética en manos de un sistema capital, donde se le da prioridad al consumo de los bienes, sin indagar su historia. La antropología deja de ser una ciencia impuesta por la academia europeísta y regresa a su valor más grecolatino: buscadores de tesoros.

Los tesoros etruscos encontrados bajo tierra por Arthur (personaje principal de la película, interpretado por el actor Josh O’Connor), se compaginan con sus ganas de reencontrarse con Beniamina (Yile Vianello), hija de Flora (Isabella Rossellini); ambos tienen la esperanza de desafiar su muerte. Arthur, como lo mencionó la directora en una entrevista para Caligari, no parece ser alguien que pertenece al mundo de lo vivos, ni al mundo de los muertos, es más bien un umbral.

“Quizás más que la muerte me interesa contar lo que nos une a lo invisible, y devolver una mirada arqueológica a la realidad: nuestro futuro no es sólo el conjunto de cosas que nos toca hacer, sino también el conjunto de cosas que dejaremos atrás, cuando ya no estemos aquí”.
Alice Rohrwacher
La poética visual de la película me hizo pensar mucho en qué es la imagen; no dejo de pensar que la imagen es bellísima, me gustaría recurrir a la autoría (intelectual, estética o incluso psicológica) de la directora… ¿Qué es lo qué hace que veamos de esa forma lo que ella ve?

“Creo que esta capacidad de imaginar el todo a partir de un fragmento, de buscar el contacto con el pasado a través de los signos del presente, ha influido fuertemente en mi deseo por el cine, en mi forma de encontrar historias y contarlas”.
Alice Rohrwacher
La idea de generar pensamiento en el cine a través del pensamiento de alguien, ya es un tema de imagen; estética. La misma directora en la entrevista menciona la dificultad de generar imágenes en un mundo lleno de imágenes, algo muy parecido al concepto ecología de la imagen de Sontag.
“La libertad no se puede teorizar. Y no se puede planificar ni predecir. Cada vez que hago una película, simplemente me pregunto con alegría y atención dónde estoy en este momento en relación con la historia, y si realmente existe la necesidad de agregar imágenes en un mundo tan lleno de imágenes. Quizás la libertad surja de este sentido de oportunidad, de experimentar: si realmente tenemos que crear otras imágenes, al menos intentemos hacerlo sin estrategia, pero con necesidad”.
Alice Rohrwacher
En mi dificultad por encontrar explicación de lo bello en la imagen de La chimera, me encontré con Didi-Huberman, quien explica que la imagen no está lejos de la palabra, sino que más bien hay que encontrar nuevas palabras para expresar esa experiencia. Y el cine de Alice Rohrwacher es eso: experiencia. Es tan sincero que nutre. Esa concepción de que la imagen está ligada a un velo, a ser apariencia y superficie, y que la verdad está detrás (como también lo menciona Didi-Huberman), desaparece con las películas de Rohrwacher. La quimera expone una realidad sin velo, pero de una forma utópica. Para Deleuze componer una imagen es desgarrar el cliché, y La quimera es todo eso. Entre la fotografía a cargo de Hélèn Louvart (que nos recuerda al maravilloso Wim Wenders con Pina, o a Ágnes y sus playas) y la narrativa que usa la directora para cuestionar el quehacer en la realidad, hay una ficción que encausa el significado de las vidas.

Cuestionar lo que hacemos es algo que Alice desarrolla muy bien en sus personajes; desde Lázaro (Lázaro feliz), y ahora con Arthur, existe una conciencia social y moral que nos transporta a la historia, pero también a la capacidad de concebir el actuar como un montaje de una manera (insisto) muy anacrónica: memoria, presente, y deseo.
Así como para Lázaro la felicidad es a causa de su ingenuidad, y para Arthur seguir el hilo rojo es la luz (al reencontrarse con el amor de su vida). La metáfora en La chimera es también una continuidad para entender nuestra huella y destino como individuos en la sociedad: ¿Nuestra sensibilidad a quien le pertenece?









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