Por: Valentina Ramírez Gómez
Una cultura no muere por muerte natural, es asesinada. Con palabras similares, Adentro mío estoy bailando nos muestra una de las reflexiones que se hace Leandro, personaje ficticio pero que es interpretado y lleva el mismo nombre que uno de los directores de la película, Leandro Koch. La otra directora, Paloma Schachmann repite este juego de dobles, pues también se interpreta a sí misma como un personaje con su mismo nombre. Leandro es en realidad una representación del director pero no es una figura autobiográfica, pues la película presenta una potente metatextualidad que juega con el desdoblamiento de la ficción y la realidad. Así se mezclan varios niveles que giran en torno a la identidad, la música, el origen y los encuentros. La producción argentina entra al mismo tiempo dentro de los géneros de falso documental, ficción, y documental real, y nos presenta la historia de amor entre Paloma y Leandro mientras llevan a cabo la filmación de un documental sobre la música klezmer y su relación con la cultura yiddish en el este de Europa.

Leandro, el personaje, es fotógrafo de bodas que hace tomas demasiado largas y filma como si se tratase de cine, frustrado por su profesión. En uno de estos eventos se encuentra con Paloma, clarinetista de una banda de klezmer, música tradicional judía que se suele tocar durante los festejos. Su deseo de estar con ella lo lleva a mentir, y a decir que no es fotógrafo del evento sino director de un documental sobre música. A partir de ese momento, inicia un recorrido de entrevistas, espectáculos y carreteras, adentrándose cada vez más en las preguntas sobre el origen de esta música.
El encuentro de los protagonistas contrasta con la voz de una narradora, quien se presenta como Satanás, pero después descubrimos que es la lectura en voz alta de un cuento en la clase de lengua yiddish de Paloma. En el cuento, un enterrador de nombre Yankel se enamora de Tailebe, la hija de un rabino. Y al igual que Leandro miente para pasar más tiempo con Paloma, Yankel se presenta como un experto en el talmud para estar cerca de Tailebe, sin embargo, el humilde enterrador toma como referencia a un tal Baruch Espinoza, sin saber que sus reflexiones son rechazadas por los demás judíos. El contraste entre ambas ficciones y la reflexión filosófica acompaña el resto de la película, enmarcando las escenas reales de investigación y entrevistas del documental.
La fotografía de la película contribuye a la confusión entre realidad y mentira, pues tiende a usar planos largos y distantes, más cercanos a los del cine de ficción que a los del documental, haciendo que nos preguntemos quién está detrás de cámaras y que dudemos de si ciertas escenas fueron planeadas o realmente sucedieron así. Independientemente de si nos hace dudar, es una fotografía hermosa, que destaca la belleza de los lugares, los colores vibrantes y la profundidad de las luces. Leandro, el personaje, probablemente aspira a ser tan buen fotógrafo como Leandro el realizador.
Cómo investigadores, Leandro y Paloma se interesan no sólo por la música que sobrevive en su propia comunidad, sino por su origen. La pregunta sobre quién y cómo se mantiene viva una tradición se vuelve el centro de la parte documental de la película, pero nunca se desliga de la reflexión íntima y poética de la historia de ficción. Leandro inicia la película sin conocimiento de su propia religión y cultura, pero se sorprende con lo que encuentra hasta el punto de seguir investigando, aunque esto ya no le sirva para mantenerse cerca de Paloma. Se queda perplejo al comenzar a ver los conflictos políticos que complejizan la historia, pues resulta que la cultura de dónde se origina la música que están investigando, ha ido desapareciendo sin que nadie la resguarde o la considere importante. El yiddish, la lengua judía más hablada antes de que el hebreo fuese institucionalizado, fue prohibido por el estado de Israel, fue desterrado durante la segunda guerra mundial, y paulatinamente fue perdiendo importancia. Incluso en Europa del Este, dónde se supone que se originó la música que están rastreando, es difícil encontrar judios que recuerden las melodías, o músicos que sean judios. La memoria del pueblo judío, reflexiona Leandro, se mantiene viva por los vecinos gitanos y hungaros que alguna vez tocaron musica en compañía de las familias que desaparecieron de Europa en el siglo XX.
La música que encuentra Leandro en su recorrido es muy diversa y distinta a lo que se conoce como típico klezmer en occidente, tal como le señala el mismo productor en algún momento. Comienzan filmando a la orquesta con la que toca Paloma en Argentina, y luego se mueven a Polonia, Ucrania, Rumania y Moldavia. La película apenas alcanzó a filmarse antes del estallido de la guerra de Ucrania, y las entrevistas capturan la vida rural de las mismas comunidades cuya cultura hoy en día está en riesgo ante la incertidumbre política. Entrevistan a viejos violinistas que recuerdan haber conocido familias judías que desaparecieron durante la segunda guerra mundial, a famosos músicos de reconocimiento internacional, y a pequeñas bandas de bodas. Con todos estos elementos dispersos hacen el retrato de la cultura yiddish, una cultura presente por su ausencia, como una huella o una sombra.

En la actualidad es díficil ver la película y no pensar en el asedio cometido por Israel contra el pueblo Palestino. En su investigación, los realizadores descubren el dilema político entre el sionismo y el bundismo; del primero surge Israel como un proyecto territorial neoliberal que escoge el hebreo como su lengua, en cambio el segundo se víncula con el comunismo y se refleja en la diáspora que ve la lengua misma, el yiddish, como territorio. Viendo el documental no puedo evitar pensar en lo contradictorio que es que Israel cometa actos tan atroces de violencia bajo el mito de un origen legendario, al mismo tiempo que sus políticas nacionalistas provocaron la desaparición de una verdadera cultura tradicional y folclórica. Como si hubiesen cambiado su pasado real por uno mítico. ¿Tendrá esto que ver con la insistencia de la película con sus juegos de realidad y ficción?

La película es compleja, romántica, profunda, y graciosa a la vez, abarcando muchos niveles distintos con un balance sorprendente. Incluso llega a ironizar consigo misma, como en una escena en la que el productor de la película se reúne con Leonardo para decirle que le encanta la idea, pero debería de quitarle la reflexión personal, la historia de amor y los temas políticos. Por suerte, esto no sucedió y la película se completó con estos elementos que podrían parecer innecesarios en un documental sobre música, pero ¿tendría sentido hablar de la cultura musical de un pueblo, sin hablar sobre el pueblo mismo? ¿tendría sentido hablar sobre folclor sin hablar sobre identidad? La película encierra una hermosa reflexión sobre las raíces, el amor y la resistencia, y su final circular, que nos devuelve al hogar de una forma indirecta, muestra la profunda relación que puede tener una persona con la inmensidad que es una cultura.









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