De: Irene Adad
Para: Lily Droeven
*Esta pieza forma parte de la Tercera Edición de Postales GaF, el intercambio de textos entre colaboradoras de Girls at Films, un espacio para celebrar las posibilidades del cine y la amistad.
Querida Lily,
Cuando vi la lista de intereses que compartiste en el sorteo de Postales GaF, lo primero que hice fue guiarme por lo conocido. Pensé en Azul de Krzysztof Kieslowski y en que cuando la vi por primera vez no podía dejar de pensar en mi mamá, pues en algún momento de su vida, se pareció mucho a Juliette Binoche en ese filme. Me dio gusto ver que entre tus directoras favoritas está Mia Hansen-Løve, ya que sus películas me han acompañado desde hace unos años, sobre todo Edén y El porvenir. No estaba segura de la ruta tomaría esta carta, hay tanto por conocer. Busqué a Ida Lupino, Frank Capra y a Márta Mészáros en el canal de Criterion. Indagué más en Joanna Hogg dado que únicamente conocía The Souvenir y en Éric Rohmer que sólo había visto Pauline à la plage. En las entrevistas que vi, tanto Hogg como Hansen-Løve mencionan Le Rayon vert de Rohmer así que ese fue el camino que escogí.
Te escribo una carta sobre el verano. Si bien ahora cruzamos el invierno, aunque el clima impredecible de la Ciudad de México no parecen indicarlo, me gusta anticipar la calidez que traen los meses de junio, julio y agosto.
“It felt good to swim, after the tension of sitting still, of the heat of Athens and of spending time with strangers. The water was so clear and still and cool, and the shapes of the coastline so soft and ancient, with the little island nearby that seemed to belong to nobody. I felt that I could swim for miles, out into the ocean: a desire of freedom, an impulse to move, tugged at me as though it were a thread fastened to my chest. It was an impulse I knew well, and I had learned that it was not summons from a larger world I used to believe it to be. It was simply a desire to escape what I had.”
Similar a lo que expresa Rachel Cusk en su novela Outline, el deseo de escapar y de reiniciar una parte de nuestra vida pareciera que se posibilita a través del verano. Es un tiempo enmarcado en el que, por lo menos en mi caso, nos damos la oportunidad de dejar a un lado lo conocido y sentir que la calidez que arropa nuestro alrededor traerá algo mejor, una nueva posibilidad.
A pesar de no identificarme con ninguno de los personajes de Le Rayon vert la sentí sumamente cercana. Seguimos a una mujer, Delphine, en busca de un lugar donde pasar sus vacaciones. Sin embargo, en ninguno se siente cómoda o satisfecha. Conforme cambia de destino encuentra distintas señales que apuntan a algo. Una carta verde de reina de espadas, un anuncio, igual de color verde, sobre redescubrirse a uno mismo y a un grupo de ancianos hablando de El rayo verde de Julio Verne. Delphine, sin mayor esperanza, se da por vencida y decide regresar a París. A punto de abordar su tren, encuentra un nuevo destino junto con quien compartirlo. Esta nueva aventura le trae a Delphine el avistamiento del rayo verde que, de acuerdo con lo que había escuchado, permite entender tus emociones así como las de otros. O como lo dice la novela de Verne, las dos personas que vivan esa luz al final del atardecer quedarán enamorados.
Delphine, después de atestiguar este evento, voltea y se percata de una tienda de souvenirs con el mismo nombre de la película de Rohmer. Una coincidencia que nos da la sensación de que todo la llevó al lugar y a la persona correcta. Me gusta pensar que estas señales siempre están cerca, sólo que quizás no las percibimos en la cotidianeidad. Para Delphine, como sucede durante unas vacaciones, el lugar va antes de la historia. Escogemos el destino sin conocer el porvenir de los hechos.
El verano pasado me ocurrió algo similar, donde sentí que sin buscarlo, las señales se desenvolvieron ante mí. Salí de un museo, junto con mi novio, hablando de El origen del mundo de Gustave Courbet. Jacques Lacan en algún momento tuvo en sus manos esa pintura. Mientras caminábamos, en la misma calle, encontramos el consultorio de Lacan. Sorprendidos, le tomamos foto a la placa afuera del condominio. Unos segundos después se abrieron las puertas principales y el conserje, que nos vio parados intentando asomarnos, nos preguntó de dónde éramos y si queríamos pasar a ver el consultorio. ¿Te ha pasado algo así?
La cercanía que experimenté con Le Rayon vert, también la sentí con Unrelated de Joanna Hogg. Desde mi experiencia el verano marca un tiempo limitado donde el inicio y el fin es claro. Si pienso en el verano, viene a mí el recuerdo de salir de clases y tener el tiempo libre que tanto quería. Pasar los días con ropa más ligera, con un libro y pensando en los planes que por fin podré hacer con amigas. O, también, con ansias de un viaje.
Hogg sobre Unrelated comentó que: “What I needed was a psychological description of a journey”, donde el lugar va antes que la historia. En sus palabras: “I get very attached to places”. En este caso, San Fabiano, en la Toscana, fue el lugar para desarrollar el viaje de Anna, una señora que va a pasar el verano con la familia de su amiga Verena. Para la sorpresa de todos, llega sin Alex, su pareja.
Similar a Lucrecia Martel en La Ciénaga o Mia Hansen-Løve en Bergman Island, el lugar, la casa, las habitaciones, y los alrededores, son esenciales para la trama. Así, dentro de una villa italiana la directora inglesa logra retratar las dinámicas del grupo y las relaciones entre los personajes a través de los diálogos o la falta de ellos. Los silencios, las miradas o las expresiones nos permiten sentir al personaje, adivinar qué piensa o siente.
Tengo la impresión de que el verano exalta el deseo. Por ser un tiempo enmarcado que finalizará en agosto, hay tres meses donde escapas de lo habitual. En el caso de Anna, vemos cómo, poco a poco, se vuelve más cercana al grupo de jóvenes. Prefiere pasar las tardes con ellos que con su amiga de toda la vida. Busca ese júbilo, esa distracción de lo que la llevó a viajar sin su pareja. Hogg, desde su ópera prima, con éxito nos hace sentir que somos parte de la historia como si conociéramos a los personajes y los conviviéramos. Me gusta ver a Anna desenvolverse con los jóvenes sin las expectativas que a veces conlleva la adultez y cómo, a su vez, la aceptan como una de ellos.
El rechazo de Oakley lo percibí como un retorno a la realidad para Anna pues ella tiene su vida fuera de ese idilio italiano. ¿Qué hacer con el deseo no correspondido? En este caso y más allá de lo que sucede a su alrededor, es un momento para que Anna retorne a sus emociones. “I think the bigger it is, the more difficult it is to tell you. To tell anyone.”, le dice a Verena. “You belong somewhere. I will just be forever, now, on the periphery of things.”
Quizás Anna sentía que pertenecía a un lugar, al menos durante sus vacaciones, pero pronto tendrá que regresar a lo que dejó a un lado. Volver a casa. El verano tiene un fin y con él termina el hedonismo que creamos bajo el sol. La alegría se desvanece y nos deja con las últimas líneas de Conte d’été de Rohmer:
I’ll be gone for months, leaving Margot.
Raise the sail, Santiano!
I was sad, my spirits were low.
Leaving the harbor of St. Malo.
O en palabras de Fernando Pessoa: “Y hasta un buen día, al final, acaba por pasar. Tenemos por eso que conservar el buen día en una memoria florida y duradera, y así constelar de nuevas flores o de nuevos astros los campos y los cielos de la exterioridad vacía y pasajera”.
A diferencia de lo que Hansen-Løve ha expresado sobre la edición de sus películas: “We always try to edit the scenes in a way where we never feel the beginning or the end of the scenes”, los meses y días largos de verano, para mí, sí tienen un inicio y final, como una película.
Me gusta el anhelo de esperar a que llegue esta época del año y las posibilidades que trae consigo. Sin más, espero que esta carta te haya recordado a algún verano placentero o que te entusiasme el que está por arribar. Me quedo con la tarea de conocer el trabajo de Márta Mészáros que me interesó enormemente.
Feliz 14 de febrero, felices veranos. ❤
Irene.









Deja un comentario