Por: Sofía Ponce de León | @sofindiee
Me pregunto cuál era la lista de objetivos para el 2003 de Tina Fey, si es que escribió una. A sus 33 años ya se había convertido en la primera mujer en liderar el equipo de guionistas de SNL, había sido galardonada en los premios Emmy y se posicionaba como una de las voces más mordaces de su generación de comediantes. No cabía duda de que era la indicada para adoptar la novela Queen bees and Wannabes de Rosalind Wiseman a la pantalla grande en lo que conocemos como Mean Girls; película que en las últimas dos décadas se ha convertido en gran referente de la cultura pop con una secuela (que nadie vio), un musical en Broadway, un homenaje en uno de los videos musicales más vistos en Youtube (thank u, next), un comercial de Walmart por el Black Friday que reunió a casi* todo el cast original y más recientemente, un remake dirigido por Samantha Jayne con Arturo Pérez Jr. exhibiéndose hoy en salas de cine.

Con Tina Fey nuevamente como guionista y productora, la reciente Mean Girls recoge la trama original sobre la llegada de Cady a la preparatoria, donde es elegida por las chicas plásticas como la última integrante del grupo. El cambio más evidente de su predecesora es que es un musical, porque de hecho esta no es una adaptación de la película del 2004 sino del show de Broadway, que fue también la primera introducción al universo de las plásticas de gran parte de las nuevas audiencias a las que la película se dirige.
Probablemente la parte más interesante de Mean Girls (2024) sea su auto-percepción, que le permite retorcer los chistes que el público ya tiene memorizados, sorprender con producciones musicales irónicas (aunque a veces redundantes), referenciarse a sí misma con un cameo de Lindsay Lohan o responder a los homenajes anteriores, como cuando se menciona sutilmente la canción de Ariana Grande.

Incluso Avantika Vandanapu que interpreta a Karen o Auli’l Cravalho y Jaquel Spivey en sus papeles como Janice y Damien logran entender la esencia de sus personajes y expandirlos hacia un nivel cómico y fresco, muy propio de la generación Z. Hasta ahí todo genial, pues el gran problema no es el casting ni lo es el diseño de vestuario que enfureció a muchos apenas salir el trailer ni el tono musical que camuflajearon vehemente antes del estreno, sino la resignificación del concepto que le da nombre a la película.

Lo que hizo muy bien la Mean Girls de Mark Waters fue mostrar las dinámicas sociales de la adolescencia, con sus toxicidades y disputas, donde cualquiera guardaba un veneno dentro que no dudaría en utilizar si eso significaba escalar en la jerarquía. Y si bien la nueva película bebe de ese universo, también hace un esfuerzo consciente de separarse de su humor políticamente incorrecto que en el camino también diluye la maldad e hipocresía que caracterizaban a Regina y conducían el arco narrativo de la protagonista, Cady.

Reneé Rapp dota a su Regina de una seducción que mantiene a todos a sus pies pero que si no fuera por el diseño de vestuario que la subraya como la líder, quizás no notaríamos que es la reina de la escuela, sino solo otra chica popular por ser rubia. Y Augorie Rice en el papel de Cady, aunque carismática, no alcanza la dualidad de performance para hacernos creer que es la nueva plástica y reina de la escuela.

Quizás ver a tantos comediantes siendo cancelados a su alrededor hizo que Tina, al momento de confrontarse con el guion, recogiera con mucha delicadeza lo que funcionaba y blanqueó todo lo que podía hacernos levantar las cejas, lo cual puedo entender e incluso reconocerle porque es muy buena guionista y muy buena cómica. El mensaje sigue ahí, pero no se recibe con la misma empatía que la primera película logró, al reconocernos en la envidia de Gretchen, la inocencia de Karen, la manipulación de Regina o la falsedad de Cady.
Como en todo, hacer estas comparaciones siempre nos lleva a sentir que la nueva versión es, en el mejor de los casos, una extensión del universo creado, y en el peor, una versión dietética de la original. Con Mean Girls me inclino por la segunda opción, pero no por eso menos disfrutable y conmemorativa de su antecesora, y de honrar el rosa en cada tres de octubre.









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