Por: Natalia Albin | @_nataliaalbin
Podemos hablar de culturas más misóginas que otras, de diferencias socioeconómicas o de los efectos del alcohol, pero la realidad es que en cualquier lugar del mundo, ya sea en Nueva York o el outback australiano, ser mujer es un peligro. Y la directora Kitty Green está en una misión para demostrarlo. En The Assistant, su colaboración pasada con la actriz Julia Garner, nos encontramos con la sútil y constante amenaza de trabajar bajo un acosador estilo Harvey Weinstein en una oficina en Manhattan, donde el abuso pasa por debajo de la mesa. En The Royal Hotel, nos transporta a un remoto pueblo en Australia, donde debajo de la mesa no existe: el sexismo, la misoginia y el abuso de poder están a plena vista y en las bocas de hombres borrachos.

Conocemos a dos mejores amigas, Hanna (Julia Garner) y Liv (Jessica Henwick), en un antro. Como espectadores sentimos el peligro de dos mujeres turistas jóvenes en un lugar oscuro lleno de hombres al acecho. Pero cuando un bartender le informa a Liv que su tarjeta ya no tiene fondos, Liv sale del antro y vemos que es pleno día, en un barco en medio de Sídney. Es la única vez en la película que sentimos el alivio de la luz del día y el hecho de que hay testigos alrededor de ellas.

La implicación de que se les haya acabado el dinero por los gastos de Liv empieza las tensiones entre ambas y se ven obligadas a pedir un trabajo de viajeras, terminando en un pueblo minero en el remoto outback australiano. “Tienen que estar bien con un poco de atención masculina,” les dicen antes de acceder al trabajo. Liv, esperando la atención que han recibido en las metrópolis, se siente cómoda al decir que sí por las dos.

Co-escrita por Oscar Redding y Green, lo que viene en la trama está inspirado por una historia real plasmada en el documental Hotel Coolgardie (dir. Pete Gleeson, 2016), que explora el sexismo y violencia con la que lidian dos mujeres extranjeras en un pueblo minero del outback australiano. El que la inspiración sea real no es sorprendente como mujer – desde que Liv y Hanna llegan al pub en el que van a estar trabajando, hay hombres tomando y burlándose de ellas, especialmente de su ingenuidad, y no sólo toda mujer ha tenido experiencias similares, sino que sabemos que lo que viene sólo va a empeorar.
Hanna es rápidamente establecida como la amiga responsable, la que a todas nos gustaría pensar que somos. Se preocupa por otras mujeres y se escandaliza cuando el dueño del pub, Billy (Hugo Weaving), la llama “una panocha inteligente». Liv, por otro lado, es perpetuamente optimista e intenta vivir sin preocupaciones, diciendo más de una vez que sólo son “diferencias culturales”, como si eso fuera una justificación a la misoginia.

Hay algo interesante en la relación entre Hanna y Liv que se refleja en la audiencia. Conforme avanza la película y los hombres, en especial el borracho Dolly (Daniel Henshall) y Matty (Toby Wallace) se sienten como una mayor amenaza, nos desesperamos aún más con la falta de preocupación de Liv. Incluso la empezamos a culpar por la situación: a ella se le acabó el dinero, ella es la que no se quiere ir, la que no se cuida. El reflejo es nuestra propia misoginia y es, quizá, lo más inteligente en el guión de Redding y Green. Y, como Hanna, tenemos que detenernos – la culpa no es de Liv. La culpa es de los hombres que constantemente son amenaza de violencia.

La película sigue un ritmo similar al de cualquier película de terror y suspenso. Escenas rápidas seguidas por escenas largas con diálogos que suben la tensión y el terror psicológico de la protagonista. Pero hay un momento que nos hace ver exactamente lo que nos está comunicando Green. En una escena que nos remite a toda otra película de terror, Hanna, que acaba de rechazar relaciones sexuales con Matty y tiene un miedo justificado a que este regrese, está cobijando a Liv cuando escucha pasos fuera de su cuarto. Aterrada, abre la puerta y no ve nada, pero sigue escuchando los pasos. De pronto ve una sombra y, acercándose y tambaleándose, Dolly camina hacia ella, alto e imponente aún en su estado de ebriedad. El terror no viene de la situación como tal, no es algo de superstición ni espiritual, el terror viene de los hombres. El terror es ser mujer.

Liv nos da algunas pistas sobre por qué están en un viaje ilimitado a Australia, algo sobre querer “correr de casa” y de sus problemas. Pero no hay escape a ser mujer en un mundo dominado por la misoginia, aunque se presente de formas diferentes. Cuando Hanna le pide a un hombre que conoció en Sidney que las vaya a recoger, él también se ve atrapado por la cultura del alcohol y, casi sin advertencia, se convierte en parte de la amenaza de las que venía a salvarlas. Un hombre que había aprendido a pasar la violencia por debajo de la mesa en las metrópolis y la desata en lo remoto del outback.
El tercer acto se siente un poco abrupto y el final no es totalmente satisfactorio dada la promesa del resto de la película. Hay mucha construcción sobre la relación con y entre los hombres en el pub, las mujeres que viven su día a día en esa cultura y el trauma que vivieron Hannah y Liv. Pero al último momento y quizá por querer mantenerlo realista, Green se cohíbe de llevar estas construcciones a sus últimas consecuencias. Sin embargo, la crítica social es pertinente y examina exactamente lo que Green busca en sus películas: las mujeres viven sus propias películas de terror todos los días, sin importar donde.

Natalia Albin
Es una escritora y emprendedora mexicana viviendo en Londres. Sus escritos generalmente examinan las conexiones entre justicia social, inmigración y feminismos con cine, arte y cultura.









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